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lunes, 1 de abril de 2013

La receta ortodoxa contra la inflación y la ampliación de la mirada

Por Patricio Díaz*

Yo no sé por qué Amado Boudou en su momento o el actual ministro de Economía de la Nación Hernán Lorenzino no aplican algunas medidas antiinflacionarios que se caen de maduro. Es de sentido común. Presidenta!!!. Haga que apliquen estas medidas para que baje la inflación.
Es fácil y tiene garantía de efectividad: Apreciación del tipo de cambio, suba de la tasa de interés, congelamiento de jubilaciones, pensiones y prestaciones sociales, suspensión de paritarias y reducción de sueldos del sector público. Con estas medidas seguro que baja la inflación. Efectividad garantizada.
Ahora bien, como en todos los aspectos de la vida, las medidas gubernamentales, en este caso las económicas, tienen beneficios y costos.
 Pongamos blanco sobre negro:
*Apreciar el tipo de cambio, es decir que “baje el dólar”, por ejemplo a $4,50 por dólar, significaría hacer menos tentadoras las exportaciones, que a las empresas radicadas en argentinas les costaría más vender en el exterior. Claro que habría más productos importados en las góndolas de los supermercados que obligarían a los fabricantes argentinos a bajar sus precios y sería más barato viajar al exterior, y todos contentos. O casi todos. Los trabajadores y los empresas que venden al mercado interno no dirían lo mismo.
*La suba de la tasa de interés, a pesar de no considerar baja las vigentes, significaría menos crédito para particulares y empresas. Conociendo que en el mundo económico todos los emprendimientos productivos por grandes que sean crecen con crédito, esto se traduciría en menos inversión y menos producción. Los empresarios de Junín que tomaron créditos del Bicentenario (al 9,9%) o Préstamos de Inversión Productiva (al 15,1%) no hubieran podido hacerlo, pues para bajar la inflación hay que dar menos crédito. No a muchos les conviene este escenario.
*El congelamiento de jubilaciones, pensiones y prestaciones sociales significaría inmediatamente un retroceso del poder adquisitivo de los ciudadanos y el renunciamiento a futuras recomposiciones.
*Una reducción de sueldos del sector público, aún con el argumento de ser uno de los pilares de la lucha antiinflacionario, significaría reducir la masa de dinero que en determinadas semanas del mes esperan los comerciantes de Junín para mantener los negocios abiertos.
*Por último, la suspensión de paritarias sería borrar de la agenda de los sindicatos y de la cabeza de los trabajadores la esperanza de, cada determinado período de tiempo, volver a discutir con la patronal no solo salarios sino condiciones de trabajo. El poder volvería unilateralmente a las patronales y volveríamos para atrás en muchas conquistas no solo salariales sino de condiciones de trabajo.
Claro que el resultado, según los economistas que defienden las ideas aplicadas en los noventa en la Argentina y ahora en Europa, sería la baja de la inflación. La paz del cementerio. Seguramente algunos sectores sociales estarían satisfechos, pero no estoy seguro que sea la mayoría.
                     Busquemos la suba en la concentración
La discusión sobre extender o no el acuerdo de congelamiento de precios en los supermercados por sesenta días renueva dos grandes debates de la economía que son altamente estratégicos para la gestión del Estado: las causas de la inflación y las limitaciones al mercado.
De la cobertura periodística que hacen los canales de televisión, del discurso de la calle, del consumidor y de lo que se escucha en mesas de café y del discursos de la mayoría de los economistas que aparecen por televisión, se deduce que la suba de precios es por las políticas económicas, por el gobierno, por los costos, por la crisis internacional y otros, menos por que las empresas distribuidoras y comercializadoras suben los precios para mayores ganancias.
Las empresas parecieran ser inimputables: ninguna aumenta precios, o mantiene el precio con igual envase y menor cantidad de producto, o  hace promociones con el 35 ó 40% de descuento evidenciando que antes estaban cobrando demás.
Bajo las premisas neoliberales, los mercados concentrados son un defecto no buscado, sin embargo la realidad evidencia que esa concentración es hija de la libertad de mercado. La existencia de una elevada concentración en la economía favorece las conductas de los formadores de precios.
Según la Encuesta Nacional a Grandes Empresas (Enge), en 2011 la participación de las 500 empresas más grandes alcanzaba al 32% del PIB de los sectores en los que actúan. Para ese año, las 50 empresas de mayor tamaño explican el 52,1% del valor agregado de las 500 más grandes, dato que da una gran idea de concentración al interior de las mayores empresas.
En la fabricación de productos de consumo masivo el 80% del aceite que se consume lo producen dos empresas: Molinos Río de la Plata y Aceitera General Deheza; en lácteos, el 78% lo manejan La Serenísima y Sancor, mientras que en los enlatados, como tomates y arvejas, la posición dominante la ejerce Arcor, con el 70%. 
En el sector elaborador de insumos intermedios críticos, tales como el aluminio primario (Aluar es el único productor), la siderurgia (Siderar produce el 99% de la chapa laminada en frío), materias primas que a través de su incidencia en el envasado terminan afectando la oferta de productos de consumo masivo. Estos sectores, junto con la petroquímica (dos empresas producen el 89% de los fertilizantes), generan insumos esenciales para muchos otros sectores productivos. En el eslabón de la distribución minorista, tres grandes cadenas de supermercados concentran entre el 75% al 80% de las ventas totales.
En estas 500 grandes, lo más llamativo es la evolución de la tasa de ganancia; partiendo de una tasa de utilidad sobre ventas del 8,2% anual para el período 1993/2001, la tasa comienza a recomponerse en 2003 (9,5% anual) para alcanzar valores que fluctuaron entre el 11% al 13% a partir de 2005 y hasta 2011.
Un dato relevante de las estadísticas de la Enge es el escaso peso que poseen los salarios sobre el valor de producción, que para el total de las 500 empresas llegaba al 12% en el período 1993/2001, bajó drásticamente al 8% entre 2007 y 2009, para luego incrementarse levemente al 10% en 2011. Si comparamos ambas cifras puede observarse que el período de mayor tasa de ganancia se asocia a una menor participación salarial. Como vemos, no son los salarios los que empujan los precios.
El tema principal para resolver las subas de precios es realizar una profunda reforma impositiva, que haga recaer la mayor parte de la tributación sobre los impuestos progresivos, a las ganancias, bienes y fortunas personales.
El objetivo es que deje de ser viable aumentar precios para acrecentar la ganancia.
Ya que estamos en pleno proceso de reformas, habría que ir pensando, para complementar la política de acuerdos de precios, en comenzar a estudiar los balances de las grandes empresas comercializadoras, como así también de sus proveedores cartelizados. Un estudio de los costos de las grandes empresas puede permitir tener en claro los márgenes de ganancia, y a poner blanco sobre negro las responsabilidades de cada quién.



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